Sole, la única guerrillera antifranquista que sigue viva

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Esperanza Martínez primero fue republicana, luego maquis y después comunista. Tras ejercer de enlace, se echó al monte para escapar de la represión e ingresó en la AGLA. Lo pagó con tres lustros de cárcel. A sus 92 años, su memoria sigue viva.

En la almohada de su padre aparecían dos hoyos cada mañana. Mamá había muerto durante un parto y las chicas sospecharon que podría tener una amante. También faltaba comida, por lo que estaba claro que bajo aquel techo dormía alguien más. Sin embargo, pronto descubrieron que no era una mujer, sino un guerrillero, a quien Nicolás Martínez Rubio daba cobijo en su hogar. Ellas, alumbradas en un criadero del Frente Popular, también quisieron colaborar. Él había guardado hasta entonces el secreto para no exponerlas a la represión, pero no pudo evitar que también ejerciesen de enlaces.

Esperanza era la del medio de las Martínez: dos hermanas mayores, Amancia y Prudencia, ya casadas; y dos menores, Amada y Angelina, quien todavía vive. Durante más de dos años, la única guerrillera antifranquista que sigue viva caminaba quince kilómetros hasta Cuenca para aprovisionarse de víveres para los maquis de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA). La acompañaba Reme, cuyo hermano había pasado algunas noches en el pajar del caserío Atalaya, en Villar del Saz de Arcas, arrendado a un terrateniente por las Martínez. No acudían a comprar a los pueblos vecinos para no levantar suspicacias. La burra callaba.

“Esperanza era una buena amiga mía. Nunca me había dicho nada de ayudar a los del monte, ni yo a ella tampoco. Mi sorpresa fue que un día, hablando, supimos que las dos hacíamos lo mismo: en su casa ellos también les ayudaban”, escribió Remedios Montero en su biografía Historia de Celia. Recuerdos de una guerrillera antifascista (Rialla-Octaedro). “Saberlo nos hizo mucho bien, porque nos pusimos de acuerdo y juntas podíamos hacer más cosas. Éramos menos sospechosas”.

La incorporación a la causa de Esperanza Martínez García coincidió con la ley de bandidaje y terrorismo, promulgada por el dictador Francisco Franco en 1947 para combatir con furia a los emboscados. Entonces, los guardias civiles comenzaron a golpear su puerta, vestidos con harapos, haciéndose pasar por presos huidos o guerrilleros en apuros. La familia no cayó en la trampa de las contrapartidas, pero fue consciente de que no le quedaba otra que echarse al monte.

El padre, Nicolás, se convirtió en Enrique. Su cuñado Hilario César García Lerín, marido de Amancia, fue rebautizado como Loreto. Amada, diminutivo de Amadora, pasó a llamarse Rosita. Y Angelina, Blanca.

Reme, o sea, Remedios Montero, sería conocida como Celia. Su hermano mayor, Herminio, voluntario del Ejército republicano y luego encarcelado, fue el primero de la familia que se había sumado a la resistencia como Argelio. Su padre, Eustaquio, lo secundó como enlace tras cinco años entre rejas, al igual que su hermano pequeño, Fernando. Aquella casa de Mohorte fue otro destacado punto de apoyo en la serranía de Cuenca, hasta que la dejaron para adentrarse entre los pinares. Eustaquio ya era Ricardo y su hijo Fernando, Luis.