«Arrasaron con la biblioteca de Castelao o la del presidente Casares Quiroga en A Coruña, con la de la casa de Juan Ramón Jiménez, donde él no estaba porque se encontraba en el extranjero, o con la Max Aub en Valencia», relata Martínez Rus, quien define las ceremonias como una especie de «ritos iniciáticos tras la toma de las localidades».
Son pocas las fotos que quedan de las quemas de libros por los golpistas en España, y las que hay no son muy conocidas. Sin embargo, la destrucción de obras escritas en grandes hogueras, en plena calle, fue una práctica habitual durante la guerra y la primera posguerra en nuestro país.
«Todos sabemos que los nazis quemaban libros, pero nadie piensa que el franquismo lo hizo», señala la historiadora y profesora de la Universidad Complutense Ana Martínez Rus, autora de la publicación La persecución del libro. Hogueras, infiernos y buenas lecturas (1936-1951) y de varios artículos sobre el mismo tema. «Hay muy pocas imágenes de aquello porque la dictadura duró mucho, tuvo tiempo de borrarlo y lo consiguió en buena medida», explica.
Casi cuarenta años de dictadura fueron tiempo suficiente para que ésta se reescribiera varias veces, intentando ocultar aspectos controvertidos de su pasado. La fecha que marca un antes y un después es la caída de la Alemania nazi en 1945. A partir de ese momento Franco se acerca más a los aliados, intenta mostrarse como un régimen blando y se apresura a borrar los capítulos más violentos y bárbaros de su historia. El brazo en alto dejó de ser obligatorio ese mismo año.