MADRID,
No fue una leyenda, porque los vecinos y la Guardia Civil conocían su existencia, pero el paso de los años desdibujó su geometría, redefinió sus marcos y le confirió la categoría de mito. La tradición oral había deformado y mitificado la Ciudad de la Selva, que no era conocida por los paisanos como tal, sino como los chozos de los escapados, allí donde estaban los rojos, un espacio difuso que, desde la aldea de Casaio, se extendía por los montes de la comarca ourensana de Valdeorras, limítrofe con el Bierzo y la Cabrera.
El empeño de los investigadores del proyecto Sputnik Galego ha desempolvado las páginas de la historia y modulado el relato de las gentes del lugar. Su trabajo, centrado en la prospección arqueológica, ha sido complementado por la labor de historiadores, antropólogos y editores como Paco Macías, quien ha reunido los estudios de unos y otros en el libro Federación de Guerrillas de León-Galicia (Edicións Positivas), que arroja luz sobre «el yacimiento más importante de la guerrilla en Europa Occidental», según Miguel Riaño, jefe de producción de Metropolis.coop y director del documental Ciudad de la Selva.
No hay fantasía en su película y la admiración es contenida, pues no se propuso narrar la historia del legendario campamento guerrillero desde los retazos memorísticos —porque el recuerdo puede engrandecer, pero también deturpar—, ni tampoco a partir de la crónica negra y propagandística del franquismo —también necesitado de enemigos, cuanto más fieros y despiadados, mejor—, sino reconstruir, a partir de los hallazgos arqueológicos, la dimensión, geográfica y operativa, del enclave. «Una fotografía o una descripción no son suficientes: la Ciudad de la Selva solo se entiende cuando estás allí», afirma Riaño.
Anarquistas y comunistas, sindicalistas y milicianos, obreros y republicanos se atrincheran en el monte, cometen atracos, vengan a sus muertos y forjan la futura Federación de Guerrillas de León-Galicia, cuyos congresos —a excepción del fundacional, en Ferradillo (Bierzo)— tienen lugar en la Ciudad de la Selva, donde se fijan las bases ideológicas, económicas y militares de la organización. «Es el paso definitivo para que los huidos se conviertan en guerrilleros, en la vanguardia del viejo Ejército republicano que sigue sin ser derrotado», escribe Alejandro Rodríguez Gutiérrez en el libro editado por Positivas.
«Así nació un lugar mítico, el único donde se enarbolaba la bandera republicana durante el franquismo», recuerda el arqueólogo e historiador Xurxo Ayán. Además del grupo de Casaio, otros actúan en el Bierzo, la Cabrera, Os Ancares y la zona de Valdeorras, Viana y Trives. Entre los nombres propios, Manuel Girón, César Ríos o Marcelino Fernández Gafas, aunque algunos investigadores prefieren hablar de colectivo y no de individuos, quienes sin embargo perviven en el imaginario popular por diversas razones, como Bailarín.
Adentrarse en la Ciudad de la Selva era un suicidio, explica Miguel Riaño, quien califica al grupo que operaba en los montes de Casaio como «el que tuvo más en jaque al franquismo». Estaba bien articulado, su logística era encomiable y contaba con redes sólidas. «Antes, los guerrilleros llevaban a cabo escaramuzas y ataques desde diferentes puntos, pero no tenían un espacio definido de lucha. Algo que sí ocurre en la Ciudad de la Selva, un frente de batalla al uso desde donde parte la continuación de un conflicto específico», añade el director del documental.
Además, la guerrilla contaría con la ayuda del ingeniero Alexander Easton, conocido como el Inglés pese a su origen escocés, un espía del Gobierno británico que vivía en el Bierzo que les proporcionó contactos con grupos políticos en el exilio, una máquina de escribir, una multicopista, una radio y otros útiles, además de habilitar la buhardilla de su casa en Carracedo como ambulatorio clandestino donde curaban a los maquis heridos. Y, a través de José María Urquiola Chema, establecería relaciones con el PCE y se integraría en la Unión Nacional Española (UNE), que intentaba derrocar a Franco desde Francia.
Xurxo Ayán contrapone ese territorio irredento de la guerra larga, donde se leía el periódico El Guerrillero, con la lucha silenciosa y silenciada de las mujeres del llano. «La historiografía antifranquista se empeñó en demostrar que la guerrilla estaba muy bien organizada. Sin embargo, es una visión militar y androcéntrica. En realidad, pervivió gracias al apoyo popular y al cuidado de quienes ejercían de enlaces. Algunas incluso no estaban politizadas, pero aplicaron la ética campesina de la solidaridad», explica el historiador. «También las retaguardias forman parte de un ejército», escribe en el libro. «Lo sabía bien el aparato represivo: al ir contra las mujeres se combatía el corazón mismo de la guerrilla».
«La Federación supuso un peligro real para el régimen franquista», concluye Carlos Tejerizo-García, arqueólogo y director del proyecto Sputnik Labrego. «Las autoridades no sabían exactamente dónde se ocultaban y tampoco se atrevían a entrar. La dificultad del paisaje montañoso había facilitado la instalación de un campamento permanente en un espacio fronterizo conectado con diversas zonas controladas por otras guerrillas. Así nació la Ciudad de la Selva». Cuando conoció su existencia, Tejerizo se propuso descubrir la dimensión real de un territorio mítico, pero indefinido. Entonces, tras calzarse las botas, se echó al monte. Lo que se encontró lo relatará en una próxima entrega.
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